Me parece que el traducir de una lengua a otra es como quien mira los tapices flamencos por el revés, que aunque se ven las figuras, están llenas de hilos que las oscurecen, y no se ven con la lisura y tez del haz; y el traducir de lenguas fáciles, ni arguye ingenio ni elocución, como no le arguye el que traslada ni el que copia un papel de otro papel––dijo don Quijote.
Y aún así le dije a Enrique Fierro, simpatizante de los rinocerontes––Tomemos prestada la pelota de ping-pong de nuestros amigos Lorenzo y Margarita, y aquí escribámonos y traduzcámonos el uno al otro. Pero, tejamos reversos, traducciones traidoras, como falsos amigos, des faux amis que se miran, pero no se reconocen.

Wednesday, February 9, 2011

Varias personas se muestran curiosas y le preguntan: ¿por qué has dejado pasar tantos días sin contestarle a Sean, el Manning de Lorenzo y Margarita? Y él no sabe qué responder y se refugia en las obvias dificultades que manifiesta su magín para desplegarse. Sobre todo a esta altura de su vida y a la hora de la siesta, que ha sido siempre para él la hora epistolar.

También recuerda que en un determinado momento, cuando todo estaba listo para lanzarse a la pantalla, se le cruzó una presencia muy viva de una lista de escritores de aquí y de allá que son cursis y se paralizó. Había empezado a elaborarla, en pleno almuerzo, nada más ni nada menos que Guillermo, que es sabio y mordaz como pocos, y a él le entretenía más usar su memoria y una vieja libreta de apuntes para agregar nombres y más nombres a la lista, sobre todo de famosos o de enemigos, que intentar explicar su pereza a los preguntones. ¿Por qué será tan malo? ¿Por alguna "mala influencia", como decían en su casa?

Tendría que haber echado mano a sus lecturas adolescentes del "Derecho a la pereza" de Lafargue, que se iniciaba con un epígrafe de Lessing que muchos de sus amigos citaban a la hora de justificarse cuando eran capaces de no dejar de tener veinte años: "Seamos perezosos en todo, excepto en amar y en beber, excepto en ser perezosos". Pero, perezoso de él, no lo hizo.

Y al fin se limitó a andar de Donne a Jorge de Montemayor (algún día les contará por qué) y de ahí a Pascal y de Pascal a Kierkegaard y de Kierkegaard a Kafka y de Kafka a Wittgenstein. And so on, como dicen por aquí.

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