Me parece que el traducir de una lengua a otra es como quien mira los tapices flamencos por el revés, que aunque se ven las figuras, están llenas de hilos que las oscurecen, y no se ven con la lisura y tez del haz; y el traducir de lenguas fáciles, ni arguye ingenio ni elocución, como no le arguye el que traslada ni el que copia un papel de otro papel––dijo don Quijote.
Y aún así le dije a Enrique Fierro, simpatizante de los rinocerontes––Tomemos prestada la pelota de ping-pong de nuestros amigos Lorenzo y Margarita, y aquí escribámonos y traduzcámonos el uno al otro. Pero, tejamos reversos, traducciones traidoras, como falsos amigos, des faux amis que se miran, pero no se reconocen.

Sunday, February 20, 2011

He sido y soy tan perezoso que después de mi último envío me desentendí de la cita de Virgilio en el principio del libro de Lafargue (O Melibae, deus nobis haec otia fecit) que tanto me atrajera cuando estudié las "Bucólicas" guiado por mi amigo Cecilio, quien supo ser uno de mis profesores de Literatura en el inolvidable Instituto Alfredo Vásquez Acevedo y que aparece tantas veces plagiado en mis mejores dizque poemas. Sus libros de poesía publicados no han merecido la atención de la canalla crítica oriental, sus poemas inéditos tampoco.

La cita puede disfrutarse en la respuesta (Bucólica Primera) de Títiro a Melibeo. Y así, de paso, inclinarse a descifrar esa lengua hoy perseguida en los estudios universitarios y que en su polémico "Discurso por Virgilio" Alfonso Reyes defendía con estas palabras: "Quiero el latín para las izquierdas porque no veo la ventaja de dejar caer conquistas ya alcanzadas". Y ya que estamos en Reyes una recomendación para el autor de un nuevo atentado contra la poesía, tan proclive, como sus maestros, a las falanges totalitarias: la lectura de "En el nombre de Hesíodo".

Digresivo como soy, casi me olvido del atizador de Wittgenstein, del que tanto se ha hablado y por eso creí, en una primera lectura, que en él pensaba Sean cuando escribió su texto del Viernes 11. ¿Algo así como esa expresión que algunos usamos y practicamos: "tascar el freno"?

En la biblioteca de mi casa de la calle Cebollatí no había nada de Wittgenstein, pero sí de Russell y del viejo Bill: de este último casi todas sus obras, en español, dedicadas por mi padre a mi madre a lo largo de su noviazgo. Y, la tengo sobre mi mesa, una versión de Cipriano de Valera de la Biblia en la que mi hermana estampó su firma y que me acompaña siempre: la Nácar-Colunga y la de Jerusalén llegaron a mis manos mucho después y me esperan, hasta que llegue la hora, en Montevideo.

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